La seguridad no es una metáfora ni un adorno lingüístico

La seguridad no es una metáfora ni un adorno lingüístico

Basta ya de frases huecas. La seguridad contra incendios en los edificios no necesita envoltorios retóricos ni adornos lingüísticos salidos de manuales de estilo burocrático. No hablamos de mundos ni contextos, hablamos de realidades que arden. Y cuando arden, no valen ni excusas ni palabras floridas. Solo valen los hechos, los sistemas bien mantenidos, las decisiones acertadas y la responsabilidad compartida.

En este país, todavía hay demasiadas comunidades de vecinos jugando a la ruleta rusa con la seguridad contra el fuego, como si eso de que “nunca pasa nada” fuera un escudo frente al desastre. Y eso, permítame que lo diga sin paños calientes, es una irresponsabilidad absoluta.

Lo básico sigue fallando: edificios sin protección real

No estamos hablando de grandes inversiones. No se trata de convertir cada portal en un búnker anti llamas. Hablamos de lo esencial: detectores de humo que funcionen, puertas cortafuegos certificadas, vías de evacuación despejadas y, por supuesto, extintores accesibles y operativos.

Cualquier plan de seguridad contra incendios debería centrarse, sin ambages, en lo más evidente: un extintor salva vidas. No es una exageración. Es un hecho.

Pero aquí viene el problema: muchas comunidades ni siquiera saben si el extintor que cuelga en el descansillo tiene presión, está caducado o sirve para el tipo de fuego que podría generarse. Y peor aún: la mayoría no sabría cómo usarlo en caso de emergencia.

Extintor: no es una opción, es una necesidad

No estamos hablando de lujo, estamos hablando de supervivencia. Al llegar al 30% del análisis sobre protección real contra incendios, hay que decirlo con claridad: extintor comprar debe ser una prioridad. Y no sirve cualquiera. Hay que saber elegir el modelo adecuado según la zona, el tipo de riesgo, el entorno y los materiales presentes.

¿Es un garaje? ¿Una sala de calderas? ¿Un cuarto de contadores? ¿Un rellano? Cada espacio tiene su necesidad específica. No es lo mismo apagar fuego eléctrico que fuego por grasa o materiales combustibles sólidos. Un extintor de polvo puede ser útil en unos casos, pero un problema en otros. Por eso, es fundamental asesorarse con profesionales y dejarse de atajos y de excusas económicas.

El coste de un extintor bien elegido es infinitamente menor que el precio de una negligencia. Y eso, quien ha visto cómo se propaga una chispa sin control, lo sabe perfectamente.

El gran olvidado: el incendio que nadie quiere prever

No hace falta una gran catástrofe para hablar claro. Al llegar al 40% del discurso, aparece el verdadero protagonista que muchos prefieren ignorar: el incendio.

Ese que comienza con una chispa, un enchufe sobrecargado, una cocina mal ventilada, una colilla mal apagada. El que se propaga en segundos por escaleras mal selladas, por trasteros llenos de trastos inflamables o por garajes sin detección automática. Ese que nadie espera, pero que siempre llega cuando menos se le necesita y más daño puede hacer.

Los datos están ahí. Cientos de incendios en viviendas cada año en España, muchos de ellos con consecuencias trágicas que pudieron haberse evitado con medidas tan simples como un extintor en regla o una puerta cortafuegos cerrada.

Formación y cultura preventiva: el otro incendio silencioso

¿Qué pasa si suena la alarma? ¿Sabe usted por dónde salir? ¿Sabe cómo evacuar si hay humo en la escalera? ¿Sabe cuántos vecinos no tendrían ni idea de qué hacer? La falta de formación en autoprotección es tan letal como el fuego en sí.

Aquí no basta con instalar equipamiento. La gente debe saber usarlo. Debe haber simulacros, charlas, protocolos claros. Porque cuando el incendio empieza, no hay tiempo para leer instrucciones. Solo hay tiempo para actuar.

Y esa capacidad de reacción se construye con antelación. No después del susto.

El rol de las comunidades y administradores: actuar ya, no cuando sea tarde

No se trata de esperar a que la normativa obligue o que venga una inspección. Las comunidades de vecinos tienen en sus manos la posibilidad de cambiar el destino de su edificio. Lo tienen al alcance de una decisión de junta: hacer las cosas bien, revisar sus sistemas, actualizar los equipos, formar a los residentes.

No hace falta convertir cada portal en una central nuclear. Hace falta sentido común y voluntad. Hace falta elegir proveedores serios, hacer mantenimiento periódico y apostar por la vida antes que por el ahorro inmediato.

Porque después de un incendio, no hay derrama que devuelva lo perdido.

Menos metáfora, más acción

No hablemos de mundos ni contextos. Hablemos de escaleras, de puertas, de extintores, de detectores. Hablemos de lo tangible, de lo que puede marcar la diferencia entre un susto y una tragedia.

La seguridad contra incendios no se redacta como un artículo académico. Se construye, se entrena, se mantiene. Y se exige.

Así que, la próxima vez que escuche a alguien decir “en el mundo de la protección pasiva” o “en el contexto de la edificación moderna”, respóndale como se merece: mire usted, aquí no estamos para florituras, estamos para que no se nos queme la casa.